Fue engendrado en el cruce entre la palabra y el silencio.
Su madre, Hécabe, traía el lamento de los muros caídos y los sueños que arden.
Su padre, Marmar, hablaba en códigos de niebla, sembrando visiones entre los pliegues del espacio lógico.
A Héctor Quijada se le otorgó el don del hipermarco:
ver los fragmentos y sentir la totalidad,
hablar con los dioses dormidos del bit,
y descifrar las investiduras cuando aún son rumor.
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